Queridos amigos,
Ayer leíamos como Jesús
predicaba con autoridad en la sinagoga. Hoy le vemos salir de allí y marchar
con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Lo que ayer decía de la
consonancia que hay entre las palabras de Jesús y sus acciones, hoy se ve
reflejado en el Evangelio que acabamos de escuchar.
En Jesús las palabras le
llevan a las acciones, y viceversa. Él ha venido a sanar a los corazones
destrozados, heridos por el pecado; ha venido a sanar a los enfermos y a
liberar a los oprimidos; ha venido a sacarnos del fango que no nos permite ver
más allá, dando sentido a nuestra vida; Él quiere que descubramos lo importante
que es Dios en nosotros, que anhelemos la felicidad auténtica y experimentemos
constantemente en nosotros el fruto de su amor.
En el Evangelio escuchamos
como muchos se agolpaban en la puerta de la casa de Simón y Andrés, para que
Jesús les hiciera algún milagro. El texto nos dice que Jesús curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios. Es verdad, Jesús vino a
transformar en vida lo que nos conduce a la muerte, aliviando los sufrimientos
y dolencias que atormentan nuestra vida, pero sobretodo, vino a revelarnos el
amor del Padre, un amor que libera, transforma y nos conduce a la felicidad
perpetua.
Queridos amigos, ¿Dónde
estaban los que Jesús había curado cuando era condenado a muerte? ¿Hemos
recibido de Jesús algún milagro? El mayor regalo que hemos recibido de Jesús es
la salvación. ¿Correspondemos de la misma forma que Él lo ha hecho con nosotros?
Que nada en el mundo nos lleve a negar a Jesús; vivamos este día enmarcado en
el amor que Dios ha tenido con nosotros y transmitámoslo a todos aquellos que
lo necesitan.