“A VINO NUEVO, ODRES NUEVOS…” Lc 5, 38.
La
frase que acabamos de escuchar supuso una novedad para la cultura judía, pero
también un reto para la Iglesia incipiente y la Iglesia de hoy. Hemos escuchado
en numerosas ocasiones las palabras que dijo Jesús a sus discípulos: “No
creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir,
sino a dar plenitud”. (Mt 5, 17-19). Ya todos sabemos que la plenitud de la
Ley no puede interpretarse sin el mandato del amor. Los fariseos y los escribas
se aferraban al cumplimiento de la Ley, poniendo el acento en la letra, y no en
el espíritu, pero Jesús introduce un nuevo concepto: las Bienaventuranzas, que
unidas a las leyes del Antiguo Testamento hacen que vivíamos desde el amor
incondicional, desde el amor gratuito y total…
Jesús
nos trae un nuevo prototipo de vida: un mensaje marcado por el amor. Este
mensaje exige un corazón nuevo… Ya nos los había prometido el Señor en el
Cántico de Ezequiel: “Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu
nuevo”. Ez 36, 26.
No
es fácil tocar estos temas en algunos sectores de nuestra Iglesia. “A vino
nuevo, odres nuevos…” exige no caer en convencionalismos ni conveniencias. Es
necesario una mirada a la realidad desde el Evangelio, marcada por la
autenticidad en el amor, que permita que nuestra fe resista y se fortalezca.
Dios,
tras la muerte y resurrección de su Hijo, ha hecho algo realmente nuevo en
nosotros. El vino nuevo es la vida que triunfa sobre la muerte… generando
alegría y esperanza en un mundo divido por la discordia y la enemistad. No se
trata de volver a nacer, sino de convertir nuestro corazón, de modo que no
desaparezca nuestro pasado, sino que lo viejo, lo añejo de nuestra vida, sirva
de complemento para el burbujeante, abundante y embriagador vino nuevo que
alegra el corazón… del nuevo cristiano… de la nueva Iglesia…
Por Jesús Escalona
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