En el evangelio de hoy, Jesús
se nos muestra como el consolador. Él es el medico de nuestra vida, Él es
nuestro hermano fiel que nos protege ante las asechanzas de mal. Él es el
hermano que nos abraza y nos anima a seguir adelante en medio de las
dificultades.
Nuestra vida está llena de
problemas, de dificultades que no podemos resolver con nuestras solas fuerzas. Tenemos
heridas profundas difíciles de sanar. Tenemos historias pasadas que nos hacen
mucho daño y no logramos olvidar. Hay personas que nos han hecho daño y que
siguen presenten en nuestros pensamientos, esta es una herida difícil de cicatrizar.
“Venid a mi todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré” nos dice Jesús. Jesús quiere quitarnos
la carga que llevamos encima pero siempre que nosotros nos dejemos ayudar. Se trata
de aprender de ella, de superarla con nuestras propias fuerzas guiados de su
mano. Se trata de cargar con su yugo y aprender de Él, que es manso y humilde
de corazón.
En definitiva se trata de
salir de nuestro ego para que se produzca el encuentro con el otro, se trata de
alimentar mi vida con el amor de Dios.
Jesús cada día busca
consolarnos, aliviarnos, curarnos. Él conoce nuestra condición, sabe lo mucho
que luchamos para ser fieles en su seguimiento. Él sabe que no es fácil, por
eso quiere que le abramos nuestro corazón, nuestra vida y estemos dispuesto a
dejarnos abrazar por Él.
Queridos amigos, el abrazo de
Jesús transforma nuestra existencia. Que en este año de la Misericordia, que
hemos comenzado ayer, nos dejemos abrazar por la ternura de un Dios que quiere
lo mejor para nosotros.
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