La humanidad divinizada por
Jesús queda enmarcada en la unidad trinitaria. Es gracias al Bautismo cuando
recuperamos nuestra imagen resquebrajada por el pecado; además, gracias a
Cristo, adquirimos una nueva condición, la de hijos en el Hijo. De ahí, la
petición de Jesús: “Padre Santo,
guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno como nosotros”.
Jesús, a lo largo de su
vida, nos enseña a vivir en la unidad con el Padre. Sus palabras y obras van al
unísono con las la voluntad del Padre. Portan, cumplir la voluntad del Padre es
vivir en la unidad.
A veces no comprendemos lo
que el Señor nos pide realizar, nos dejamos llevar por el miedo porque
desconfiamos de su Palabra. Jesús al final de si vida en la tierra, experimento
el temor a cumplir la voluntad del Padre, pero no se rinde, contra todo su
pensamiento, termina diciendo: “Padre,
que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Esta confianza en la voluntad del
Padre está garantizada por la unidad. Es lo que
tiene vivir unidos a Dios, la seguridad de sentirnos apoyados por quien
sabemos, nos ama. Vivir en la unidad del Padre es vivir en la certeza de
sentirnos hijos queridos.
Señor,
dame la gracia de mantenerme
fiel a la Palabra,
dame la fuerza de cumplir
los mandamientos,
dame la capacidad de
perdonar a quien me ofende,
dame el don de acoger al
hermano que sufre,
dame el valor de luchar
contra todo mal,
para que mi vida sea
fiel a la verdad y pueda mantenerme en la unidad que el Padre y el Hijo, junto
con el Espírito Santo se profesan.
Queridos hermanos, vivir
esta unidad es ser capaces de encontrarnos cada día con el Señor en la oración,
en la familia, en los hermanos que sufren a nuestro alrededor. Vivir en la
unidad es ser capaz de descubrir en nosotros mismos la capacidad de abrirnos a
los que piensan distintos de nosotros.
“Padre, que sean uno como nosotros”.
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