Nuestra idea de Dios, no
deja de una idea marcada por nuestra propia ambición humana. Probablemente proyectemos
en Dios lo que nos gustaría ser. Puede que en nosotros reine el interés, el
deseo de ser alabados, de buscar los honores… como los hijos de Zebedeo.
Señor: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu
izquierda”. Desde luego, cuando en el corazón humano no gobierna el amor de
Dios, fácilmente nos dejamos llevar por los deseos y las apetencias de este
mundo.
Jesús nos enseña que el
camino a seguir está marcado por el amor. “Vosotros,
nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos”. El poder, el prestigio, la fama… no nos
dará la salvación. El camino es el servicio, servir desde el desprendimiento y la
entrega. Eso es lo que nos da la verdadera autoridad y la capacidad para estar
más cerca de Dios y de nuestros hermanos.
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