sábado, 19 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS (C)

Queridos hermanos,

Con la bendición de los ramos damos comienzo la Semana Santa. Jesús es recibido solemnemente con palmas en la entrada de Jerusalén. Tal y como indica el profeta Zacarías, Jesús entra sentado sobre un pollino de borrica, y a su encuentro salió la multitud con ramos de olivo.


En la primera lectura del libro de Isaías, escuchamos el tercer cantico del Sirvo del Señor. Se trata de un personaje anónimo, que no es llamado en ningún momento “siervo”, pero que con su situación y destino coinciden en algunos aspectos con los del personaje contemplando en los anteriores canticos. Este personaje debe enfrentarse con sus enemigos en un juicio y, aunque posee los medios necesarios para salir airoso, no tendrá necesidad de utilizarlos porque el Señor mismo tomará a su cargo su defensa. El texto nos dice: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba, no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes…” (Is 50, 6-7).

En la carta los Filipenses, Pablo sintetiza en un himno la preexistencia divina de Cristo, su vida humana y su exaltación gloriosa. Jesús, que siendo de condición divina se hizo Hombre, para someterse a la muerte, y una muerte cruz. Es desde esta muerte de cruz, que Dios le exalta, apareciendo así, como el modelo perfecto de las disposiciones interiores que Pablo pide a cada cristiano.

Así, la pasión de Jesús no es para nosotros un acto meramente simbólico, sino que es la esencia de nuestra regeneración como criaturas, y el regalo que Jesús nos hace, haciéndonos partícipes de su naturaleza divina. A lo largo de la historia nos hemos hecho una misma pregunta: ¿Era necesaria la muerte de cruz o Dios podía hacerlo de otra manera? Los teólogos han intentado dar luz a esta cuestión a lo largo de los siglos. Dios en su omnipotencia divina, podría haber perdonado la culpa del hombre sin necesidad de la muerte de su Hijo, pero en Dios está la justica verdadera, de forma que el Hijo sin que le obligase una necesidad, sino que desde su libertad, toma la iniciativa de redimir la humanidad. En Dios, esta libertad nace del amor; por tanto, la pasión de Cristo en la cruz es la máxima revelación del amor de Dios. Es allí donde Dios une la suma justica con la suma misericordia. La justica aparece en la muerte y la misericordia en la resurrección.

Queridos hermanos, los cristianos estamos llamados a seguir a Jesús. Nuestro recorrido también es un recorrido con cruz. No es fácil llegar a comprender esta realidad, aun cuando estamos llamados a la felicidad y no al sufrimiento. Parece que somos masoquistas en lugar de gente feliz, pero la vida nos demuestra que en este mundo no todo es felicidad, siempre hay complicaciones, y que hemos de saber afrontarlas para salir victoriosos de ellas. Quien no asume su propia cruz, no es capaz de salir adelante; quien no vive su propia realidad puede encontrarse abatido e incluso llegar a la muerte. El mundo de hoy nos plantea una felicidad sin cruz, pero no se dan cuenta que más temprano que tarde, el hombre se ve afectado por su propia realidad de pecado. Sin cruz no hay resurrección. Esta felicidad en el sufrimiento es una unión tan antinómica que la comprenden en modo estático sólo las almas místicas. Si reflexionamos un poco, caeremos en la cuenta de que en la cruz está la salvación, en la cruz está nuestra redención. Y si encontramos un poco de cruz en todo lo que hacemos, significa que en todo, Dios nos conduce hacia Él.

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