lunes, 21 de marzo de 2016

MARTES SANTO

Queridos hermanos,
Ayer leíamos el primer cántico de los llamados cánticos del siervo del Señor.  Hoy la liturgia nos centra en el segundo cántico. El destinatario de este texto ya no es un personaje único, como en el anterior, sino que está dirigido a un grupo que permanece fiel al Señor, al cual es necesario animar más que convertir. Este cántico nos revela la fidelidad que Dios tiene, sobre todo, la promesa que ha hecho para con los que son llamados desde el vientre materno a una misión específica. El siervo expresa: “Yo pensaba, en vano me he cansado, en viento y en nada he desgastado mis fuerzas” (Is 49, 4).
Las palabras del siervo pueden ser también nuestras palabras. ¿Cuántas veces nos vemos afectados por el desánimo al no percibir los frutos de nuestro trabajo? ¿Cuántas veces queremos rendirnos movidos por el cansancio o la fatiga? Lo más seguro es que sean muchas las veces en que deseamos “tirar la toalla”; pero, ¿Cuántas veces nos han sorprendido los gestos, actitudes o palabras de personas, que aún en medio de nuestras peores circunstancias, cualquier acción nuestra, por muy insignificante que a nosotros nos parezca, o poco cargada de espíritu misionero, ha significado mucho para ellos? Seguro que os ha pasado; si es así, comprenderéis lo que os quiero trasmitir y que el siervo expresa bellamente: “En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios… Dios era mi fuerza” y en palabras de Dios: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49, 4-6).
El Evangelio se centra en la figura de Judas y Pedro. Ayer a Judas le mirábamos “dispuesto” a darlo todo en favor de los pobres, hoy le vemos traicionando al Señor, entregándole por unas cuantas monedas. Hoy, Pedro también está dispuesto a entregar su vida por el Señor si es necesario. El desenlace final todos  lo sabemos. Estos personajes juegan un papel fundamental en nuestra vida; ambos pretenden dar razón del reino que creen, Jesús implantará. Judas al ver que Jesús no satisface sus ambiciones, y movido por Satanás, le vende. Algo parecido sucede en Pedro; ya cercana la hora de Jesús, y al cantar el gallo descubre que le ha negado tres veces.
Podemos movernos en una misma dirección y con un mismo planteamiento, y como vemos, los pensamientos de dicho planteamiento pueden ser distintos. En medio de nuestros ideales y promesas, podemos traicionar a Jesús como Pedro y Judas. No es verdad aquello de que “yo le soy fiel al Señor, a pesar de mis limitaciones”; cada uno de nosotros conocemos nuestras dificultades y sabemos lo que hay dentro de nuestro corazón. Tenemos dos opciones: o dejarme seducir por el pensamiento de Judas autogenerándome la muerte, o convertirme, como Pedro, y ser fiel al Señor hasta la muerte.
Queridos hermanos, Pedro lloró amargamente su negación, y no llegó a comprender el reino que Jesús quería hasta no verle resucitado. Hoy nosotros vamos como Pedro, no comprendemos lo que el Señor quiere de nosotros, pero estoy seguro que un día, Dios nos manifestará la gloria  en la resurrección y llegaremos a vislumbrar este paso por el camino de la cruz. Que nuestros pasos nos conduzcan a la resurrección y no hacia la muerte definitiva.

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