martes, 10 de mayo de 2016

VII MIÉRCOLES DE PASCUA

Queridos hermanos,

La humanidad divinizada por Jesús queda enmarcada en la unidad trinitaria. Es gracias al Bautismo cuando recuperamos nuestra imagen resquebrajada por el pecado; además, gracias a Cristo, adquirimos una nueva condición, la de hijos en el Hijo. De ahí, la petición de Jesús: “Padre Santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno como nosotros”.
Jesús, a lo largo de su vida, nos enseña a vivir en la unidad con el Padre. Sus palabras y obras van al unísono con las la voluntad del Padre. Portan, cumplir la voluntad del Padre es vivir en la unidad.
A veces no comprendemos lo que el Señor nos pide realizar, nos dejamos llevar por el miedo porque desconfiamos de su Palabra. Jesús al final de si vida en la tierra, experimento el temor a cumplir la voluntad del Padre, pero no se rinde, contra todo su pensamiento, termina diciendo: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Esta confianza en la voluntad del Padre está garantizada por la unidad. Es lo   que tiene vivir unidos a Dios, la seguridad de sentirnos apoyados por quien sabemos, nos ama. Vivir en la unidad del Padre es vivir en la certeza de sentirnos hijos queridos.
Señor,
dame la gracia de mantenerme fiel a la Palabra,
dame la fuerza de cumplir los mandamientos,
dame la capacidad de perdonar a quien me ofende,
dame el don de acoger al hermano que sufre,
dame el valor de luchar contra todo mal,
para que mi vida sea fiel a la verdad y pueda mantenerme en la unidad que el Padre y el Hijo, junto con el Espírito Santo se profesan.
Queridos hermanos, vivir esta unidad es ser capaces de encontrarnos cada día con el Señor en la oración, en la familia, en los hermanos que sufren a nuestro alrededor. Vivir en la unidad es ser capaz de descubrir en nosotros mismos la capacidad de abrirnos a los que piensan distintos de nosotros.
Padre, que sean uno como nosotros”.

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