miércoles, 28 de octubre de 2015

XXX JUEVES DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía

Queridos hermanos, seguramente hemos conocido o conocemos personas que llevan una vida inestable. Hoy están aquí, mañana no sabemos. Esto sería como ir por el mundo sin rumbo. Muchos piensan que sería mejor si cambiáramos de ciudad o de trabajo, las cosas irían mejor, tal vez los problemas fueran menos complicados.

Jesús desea que seamos personas estables, capaces de vivir una vida equilibrada. En el pasaje evangélico escuchamos como un fariseo se acerca a Jesús y le pide que se marche. La razón es que Herodes quiere matarle. Esta afirmación no sabemos hasta qué punto es verdadera, pues en otro pasaje de la Escritura encontramos como Herodes buscaba encontrarse con Jesús para ver un milagro suyo.

Lo importante de todo esto es la actitud de Jesús. No tiene miedo a enfrentar su propia realidad, conoce su misión y quiere llevarla hasta el final. Aquí de lo que se trata es de ser perseverantes y no, de rendirnos a la primera. Esta tentación la podemos tener constantemente. Ante aquello que no nos gusta, ante el temor de “el qué dirán” preferimos engañarnos a nosotros mismos, pensando que lo mejor será huir del problema y dejar las cosas tal y como están. Lo mejor será no complicarnos la vida.

Esta no puede ser la actitud cristiana. Cristo con su ejemplo nos enseña que hay que ser coherentes y responsables con las tareas que asumimos. Las palabras del fariseo encierran en el fondo otra intención: “Márchate de aquí…”; o mejor dicho: “Señor, lo mejor es que dejas las cosas tal y como están, así como vivimos en medio del pecado estamos bien; no queremos que cure nuestras heridas, ya estamos acostumbrados a ello”.

“Márchate de aquí…”, márchate porque nos complicas las cosas; márchate, ya mañana veremos lo que haremos. ¿Esto es lo que queremos en nuestra vida? ¿Nos sentimos bien así? ¿Seguro? 

Que María Santísima nos ayude a ser perseverantes en el camino de la vida, siendo fieles a las responsabilidades que nuestra vocación nos exige. Amén.




Rom 8, 31b-39. Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo.
Sal 108. R/. Sálvame, señor, por tu bondad.
Lc 13, 31-35. No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.

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