martes, 1 de diciembre de 2015

I MIÉRCOLES DE ADVIENTO

Homilía

Siete panes y unos pocos peces son suficientes para que el Señor nos alimente. Todos los que estamos aquí, acudimos al Señor para que cure nuestras enfermedades, para que sane nuestros corazones lastimados por el pecado. Venimos a Él porque sabemos que puede sanar nuestras heridas tanto físicas como espirituales.
Pero Jesús no busca darnos sólo la salud física o la paz interior. Él quiere algo más. “Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer”. Jesús quiere darnos de comer, el alimento es fundamental en el reino de Dios. Cuando expresamos el Padrenuestro, pedimos al Señor que nos dé el pan de cada día. Cuando el hijo prodigo regresa a casa, lo primero que hace el padre es prepararle un banquete y darle de comer.
En torno a una mesa nos sentamos para compartir una comida con nuestra familia, con los amigos. Generalmente es entorno a una mesa donde manifestamos la alegría de volver a estar juntos, de reencontrarnos.
Jesús en torno a una mesa y reunido con sus discípulos nos manifiesta el alimento del amor. La Eucaristía, su mismísimo Cuerpo y su mismísima Sangre. Es allí, en torno a una mesa donde Jesús quiere alimentarnos con el Pan de vida, Aquel Pan bajado del cielo. Este es auténtico Maná que no perece nunca jamás.
Este es el alimento que nos llena y nos da fuerzas para seguir luchando en este mundo. Este es el alimento que no nos deja morir, sino que nos da vida. Este es el alimento que nos da la salvación.
Queridos hermanos, Jesús se nos da como alimento en la Eucaristía, Él quiere que nos alimentemos de su Cuerpo y de su Sangre, Él quiere que le recibamos para que podamos disfrutar un día de la gloria de la vida.

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