domingo, 27 de diciembre de 2015

SANTOS INOCENTES

Homilía

Queridos amigos,
Celebramos el día de los santos inocentes. El Evangelista San Mateo citando al profeta Jeremías, exclama: “Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven”.
Hoy Jesús sigue naciendo, y la persecución se sigue dando. Cada día muchas personas se levantan de noche para emprender, como la familia de Nazaret, un viaje que no tiene destino seguro. Muchos huyen de la guerra, del hambre, de la violencia, pero sobretodo, muchos huyen de la terrible persecución por el mero hecho de ser cristianos.
El testimonio de muchos hermanos nuestros, nos dejan desalentados. Con dolor escuchamos como muchos cristianos son ultrajados en oriente, muchos niños inocentes siguen muriendo por una persecución sin sentido. Hoy por hoy, no se puede comprender y mucho menos aceptar ninguna persecución, y menos, por causa de la fe.
Ayer celebrábamos el Día de la Familia, un día para recordar el maravilloso sentido de la vida. La familia tiene que ser la clave para construir el reino que Dios quiere. Unos padres, que fruto del amor infinito que se profesan, luchan por formar a los hijos que Dios les ha encomendado. Ayer contemplábamos a la Gran Familia de Nazaret, una familia santa, llena de la gracia divina, pero que, a pesar de la presencia de Dios en sus vidas, tampoco fue fácil enfrentar las contradicciones de la vida. Sus sentimientos de temor, desasosiego y desconcierto no le impiden cumplir el propósito divino, mantienen viva la esperanza de llevar adelante la obra del Padre.
En ese pequeño niño frágil, que es Jesús, está la esperanza de un mundo nuevo y distinto. El ejemplo de la familia de Nazaret nos debe animar a no rendirnos, a luchar hasta el final, porque sólo quien persevere hasta el final se salvará, sólo el que entrega la vida en este mundo, la gana para la vida eterna.
Al final, María contemplará a su hijo muerto en la cruz. Que duro para esta Santa Mujer ver a su hijo en una cruz, tantos años de sufrimiento, de persecuciones, de incomprensiones, para luego verle morir tan infamemente. Pero todo esto no termina allí. La muerte del Inocente se transforma en vida, su resurrección marca un antes y un después, de modo que se recupera esperanza y el anhelo de luchar por un mundo cada vez mejor. El premio de los que luchan hasta el final será grande. La recompensa del justo será bendita.
Pidamos a María, que nos de la valentía de perseverar hasta el final. Y así, un día logremos alcanzar el premio eterno. Que así sea.


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