Con la
bendición de los ramos damos comienzo la Semana Santa. Jesús es recibido
solemnemente con palmas en la entrada de Jerusalén. Tal y como indica el
profeta Zacarías, Jesús entra sentado sobre un pollino de borrica, y a su
encuentro salió la multitud con ramos de olivo.
En la
primera lectura del libro de Isaías, escuchamos el tercer cantico del Sirvo del
Señor. Se trata de un personaje anónimo, que no es llamado en ningún momento “siervo”, pero que
con su situación y destino coinciden en algunos aspectos con los del personaje
contemplando en los anteriores canticos. Este personaje debe enfrentarse con
sus enemigos en un juicio y, aunque posee los medios necesarios para salir
airoso, no tendrá necesidad de utilizarlos porque el Señor mismo tomará a su
cargo su defensa. El texto nos dice: “Ofrecí la espalda a
los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba, no escondí el
rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los
ultrajes…” (Is 50, 6-7).
En la carta
los Filipenses, Pablo sintetiza en un himno la preexistencia divina de Cristo,
su vida humana y su exaltación gloriosa. Jesús, que siendo de condición divina
se hizo Hombre, para someterse a la muerte, y una muerte cruz. Es desde esta
muerte de cruz, que Dios le exalta, apareciendo así, como el modelo perfecto de
las disposiciones interiores que Pablo pide a cada cristiano.
Así, la
pasión de Jesús no es para nosotros un acto meramente simbólico, sino que es la
esencia de nuestra regeneración como criaturas, y el regalo que Jesús nos hace,
haciéndonos partícipes de su naturaleza divina. A lo largo de la historia nos
hemos hecho una misma pregunta: ¿Era necesaria la muerte de cruz o Dios podía hacerlo
de otra manera? Los teólogos han intentado dar luz a esta cuestión a lo largo
de los siglos. Dios en su omnipotencia divina, podría haber perdonado la culpa
del hombre sin necesidad de la muerte de su Hijo, pero en Dios está la justica
verdadera, de forma que el Hijo sin que le obligase una necesidad, sino que
desde su libertad, toma la iniciativa de redimir la humanidad. En Dios, esta
libertad nace del amor; por tanto, la pasión de Cristo en la cruz es la máxima
revelación del amor de Dios. Es allí donde Dios une la suma justica con la suma
misericordia. La justica aparece en la muerte y la misericordia en la
resurrección.
Queridos
hermanos, los cristianos estamos llamados a seguir a Jesús. Nuestro recorrido
también es un recorrido con cruz. No es fácil llegar a comprender esta
realidad, aun cuando estamos llamados a la felicidad y no al sufrimiento.
Parece que somos masoquistas en lugar de gente feliz, pero la vida nos
demuestra que en este mundo no todo es felicidad, siempre hay complicaciones, y
que hemos de saber afrontarlas para salir victoriosos de ellas. Quien no asume
su propia cruz, no es capaz de salir adelante; quien no vive su propia realidad
puede encontrarse abatido e incluso llegar a la muerte. El mundo de hoy nos
plantea una felicidad sin cruz, pero no se dan cuenta que más temprano que
tarde, el hombre se ve afectado por su propia realidad de pecado. Sin cruz no
hay resurrección. Esta felicidad en el sufrimiento es una unión tan antinómica
que la comprenden en modo estático sólo las almas místicas. Si reflexionamos un
poco, caeremos en la cuenta de que en la cruz está la
salvación, en la cruz está nuestra redención. Y si encontramos un poco de
cruz en todo lo que hacemos, significa que en todo, Dios nos conduce hacia Él.
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