martes, 22 de marzo de 2016

MIÉRCOLES SANTO

Queridos hermanos,
Hoy volvemos a escuchar la primera lectura del libro de Isaías que leíamos el Domingo de Ramos. Se trata del tercer cántico del siervo del Señor. Es clave la insistencia sobre el “aprender” y “abrir el oído” para, desde allí, comprender la conciencia que el siervo tiene de su destino y misión. Para llegar a pronunciar una palabra de aliento, para saber escuchar al que sufre, ha tenido que pasar por un proceso de aprendizaje muy duro. Es un discípulo que está siendo formado en la paciencia, parece que espera un juicio del cual no tiene miedo.
Nosotros, discípulos del Señor, también hemos sido llamados a entrar en un proceso de aprendizaje muy duro. No sabemos lo que Él nos tiene preparado, pero lo cierto es que nada será color de rosas; en este camino de enseñanza se trata de coger la cruz de cada día y de seguir los pasos del crucificado; en definitiva, se trata de adentrase en la vida misma y de saber confiar en el Señor, dejándonos llevar por los senderos que él nos propone. Como cristianos estamos llamados a vivir desde nuestra libertad el seguimiento de Jesús, siendo conscientes del alto precio que hay que pagar. En nuestras manos está dejarlo o asumirlo. El siervo expresa conscientemente que no resistió ni se echó atrás ante lo que el Señor le pedía, porque toda su confianza estaba puesta en Él. Dice el texto: “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado” (Is 50, 7).
En este tiempo de Semana Santa, podemos identificarnos con muchos de los personajes que siguieron a Jesús, el Siervo de los siervos, que supo asumir la voluntad del Padre y llevarla a término. Hoy volvemos a escuchar como Jesús insiste en que uno de sus discípulos le va a entregar: “En verdad os digo, que uno de vosotros me va a entregar” (Mt 26, 21). Al final, Judas pregunta: “¿Soy yo acaso, Maestro? Él le respondió: tú lo has dicho” (Mt 26, 25). Mateo hace una distinción entre Judas y los demás discípulos; para los otros once discípulos Jesús es el Señor, así lo expresan cuando se dirigen a Él, pero Judas le llama Maestro, Rabbí, un apelativo que utilizan los adversarios de Jesús y que tiene para el evangelista una connotación negativa.  
En este tiempo litúrgico que la Iglesia nos regala, estamos llamados a revisar nuestra actitud de discípulo. ¿Soy capaz de asumir la cruz de cada día? ¿Estoy dispuesto a entregar mi vida al Señor? ¿Le reconozco como Señor o como Maestro? ¿Soy su amigo o su enemigo? Tomás Spidlik dice algo que me gusta mucho: “Los traidores, siempre y en todas partes, tienen muy mala fama. De un enemigo uno sabe quién es y cómo combatirlo; en cambio, es diferente, si el enemigo tiene la apariencia de un amigo, si vive a nuestro lado y en nuestro corazón. El traidor traiciona a quien le quiere, a quien le favorece”. Si nos llamamos cristianos, es porque nos consideramos amigos de Cristo.
Queridos hermanos, No olvidemos nunca que el seguimiento de Jesús está marcado por la pasión y la muerte, pero también por la resurrección.

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