Hoy
volvemos a escuchar la primera lectura del libro de Isaías que leíamos el
Domingo de Ramos. Se trata del tercer cántico del siervo del Señor. Es clave la insistencia sobre el “aprender” y “abrir
el oído” para, desde allí, comprender la conciencia que el siervo tiene de su
destino y misión. Para llegar a pronunciar una palabra de aliento, para saber
escuchar al que sufre, ha tenido que pasar por un proceso de aprendizaje muy
duro. Es un discípulo que está siendo formado en la paciencia, parece que espera
un juicio del cual no tiene miedo.
Nosotros,
discípulos del Señor, también hemos sido llamados a entrar en un proceso de
aprendizaje muy duro. No sabemos lo que Él nos tiene preparado, pero lo cierto
es que nada será color de rosas; en este camino de enseñanza se trata de coger
la cruz de cada día y de seguir los pasos del crucificado; en definitiva, se
trata de adentrase en la vida misma y de saber confiar en el Señor, dejándonos llevar
por los senderos que él nos propone. Como cristianos estamos llamados a vivir
desde nuestra libertad el seguimiento de Jesús, siendo conscientes del alto
precio que hay que pagar. En nuestras manos está dejarlo o asumirlo. El siervo
expresa conscientemente que no resistió ni se echó atrás ante lo que el Señor
le pedía, porque toda su confianza estaba puesta en Él. Dice el texto: “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía
los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no
quedaría defraudado” (Is 50, 7).
En este
tiempo de Semana Santa, podemos identificarnos con muchos de los personajes que
siguieron a Jesús, el Siervo de los siervos, que supo asumir la voluntad del
Padre y llevarla a término. Hoy volvemos a escuchar como Jesús insiste en que
uno de sus discípulos le va a entregar: “En
verdad os digo, que uno de vosotros me va a entregar” (Mt 26, 21). Al final,
Judas pregunta: “¿Soy yo acaso, Maestro? Él
le respondió: tú lo has dicho” (Mt 26, 25). Mateo hace una distinción entre
Judas y los demás discípulos; para los otros once discípulos Jesús es el Señor,
así lo expresan cuando se dirigen a Él, pero Judas le llama Maestro, Rabbí, un apelativo que utilizan los
adversarios de Jesús y que tiene para el evangelista una connotación negativa.
En
este tiempo litúrgico que la Iglesia nos regala, estamos llamados a revisar
nuestra actitud de discípulo. ¿Soy capaz de asumir la cruz de cada día? ¿Estoy
dispuesto a entregar mi vida al Señor? ¿Le reconozco como Señor o como Maestro?
¿Soy su amigo o su enemigo? Tomás Spidlik dice algo que me gusta mucho: “Los traidores, siempre y en todas partes,
tienen muy mala fama. De un enemigo uno sabe quién es y cómo combatirlo; en
cambio, es diferente, si el enemigo tiene la apariencia de un amigo, si vive a
nuestro lado y en nuestro corazón. El traidor traiciona a quien le quiere, a
quien le favorece”. Si nos llamamos cristianos, es porque nos consideramos
amigos de Cristo.
Queridos
hermanos, No olvidemos nunca que el seguimiento de Jesús está marcado por la
pasión y la muerte, pero también por la resurrección.
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