domingo, 20 de marzo de 2016

LUNES SANTO (C)

Queridos hermanos,
Si recordamos la respuesta que da Jesús a los enviados por el Bautista para preguntarle si es él el Mesías esperado, caeremos en la cuenta, que tal respuesta coincide con el texto que hemos leído en la primera lectura; Jesús les dice: “Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen…” (Mt 11, 3-5).
Esta primera lectura de Isaías nos narra el primer cantico del siervo del Señor. Ya los primeros cristianos la citaban para referirse a Jesús como el sirvo sufriente. Esta imagen prefigurada en el Antiguo Testamento demuestra la misión que el Señor debe cumplir. No viene a imponer un castigo por la maldad cometida del hombre, sino que busca dar un apoyo a los débiles y vacilantes. Este siervo, que es sostenido, manifestará la justicia a las naciones. No se trata de una justicia que busca complacer a unos, y a otros someter al castigo. Él viene a practicarla desde la verdad. El siervo tiene como función dar “…luz a las naciones... abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la cárcel, y de la prisión a los que habitan en tinieblas” (Is 42, 6-7).
En el Evangelio escuchamos como María de Betania, la hermana de Marta y de Lázaro, unge con perfume de nardo los pies a Jesús, enjugándolos con su cabellera. La pregunta de Juan es nuestra pregunta ¿por qué no se ha vendido este perfume para dar el dinero a los pobres?
El Evangelio nos interpela constantemente. ¿Cuál es mi actitud como cristiano? ¿Realmente busco el bien de los pobres, o como Judas, busco mi propio beneficio? La política promete sacarnos de nuestra situación de pobreza partiendo de un ideal de justicia que no corresponde con el de Dios. Corremos el riesgo de confundir justicia con venganza. Y es allí donde nos encontramos, quitamos a unos para dar a otros; clamamos justicia, pero a la vez pedimos venganza. Esto en Dios no es posible, su justicia nace del amor. En ella no hay venganza, sino deseo de dar sentido al hombre, eliminando todas las pobrezas que hay en nuestro interior para, desde allí, darnos la verdadera riqueza que sólo Él puede proporcionarnos: paz interior, felicidad en medio de la tristeza que el mundo vive, compañía…

Jesús termina diciendo: “Déjala… a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis” (Jn 11, 7-8); que paradójico, pero que real. Tal vez no podamos saciar el hambre de todo un barrio, pero si la del vecino. Tal vez no podamos resolver con nuestro dinero la pobreza que viven muchas familias de España y el mundo, pero podemos colaborar aportando nuestro granito de arena a Cáritas u otra institución que trabaje en esta labor; seguramente no tenemos ni un céntimo en nuestro bolsillo, pero podemos colaborar desde el voluntariado en tantas instituciones nuestras.
Queridos hermanos, los pobres siempre estarán presentes. ¿Y nosotros? ¿De qué forma estamos? ¿Ausentes o presentes? Trabajemos por un mundo más humano; construyamos el reino que Dios quiere practicando las justicia que brota del amor de Dios, cada uno en la medida de sus posibilidades.

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