Ayer
leíamos el primer cántico de los llamados cánticos
del siervo del Señor. Hoy la
liturgia nos centra en el segundo cántico. El destinatario de este texto ya no
es un personaje único, como en el anterior, sino que está dirigido a un grupo
que permanece fiel al Señor, al cual es necesario animar más que convertir. Este
cántico nos revela la fidelidad que Dios tiene, sobre todo, la promesa que ha hecho
para con los que son llamados desde el vientre materno a una misión específica.
El siervo expresa: “Yo pensaba, en vano
me he cansado, en viento y en nada he desgastado mis fuerzas” (Is 49, 4).
Las palabras
del siervo pueden ser también nuestras palabras. ¿Cuántas veces nos vemos
afectados por el desánimo al no percibir los frutos de nuestro trabajo? ¿Cuántas
veces queremos rendirnos movidos por el cansancio o la fatiga? Lo más seguro es
que sean muchas las veces en que deseamos “tirar la toalla”; pero, ¿Cuántas veces
nos han sorprendido los gestos, actitudes o palabras de personas, que aún en
medio de nuestras peores circunstancias, cualquier acción nuestra, por muy
insignificante que a nosotros nos parezca, o poco cargada de espíritu
misionero, ha significado mucho para ellos? Seguro que os ha pasado; si es así,
comprenderéis lo que os quiero trasmitir y que el siervo expresa bellamente: “En realidad el Señor defendía mi causa, mi
recompensa la custodiaba Dios… Dios era mi fuerza” y en palabras de Dios: “Te hago luz de las naciones, para que mi
salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49, 4-6).
El Evangelio
se centra en la figura de Judas y Pedro. Ayer a Judas le mirábamos “dispuesto”
a darlo todo en favor de los pobres, hoy le vemos traicionando al Señor, entregándole
por unas cuantas monedas. Hoy, Pedro también está dispuesto a entregar su vida
por el Señor si es necesario. El desenlace final todos lo sabemos. Estos personajes juegan un papel
fundamental en nuestra vida; ambos pretenden dar razón del reino que creen,
Jesús implantará. Judas al ver que Jesús no satisface sus ambiciones, y movido
por Satanás, le vende. Algo parecido sucede en Pedro; ya cercana la hora de
Jesús, y al cantar el gallo descubre que le ha negado tres veces.
Podemos
movernos en una misma dirección y con un mismo planteamiento, y como vemos, los
pensamientos de dicho planteamiento pueden ser distintos. En medio de nuestros
ideales y promesas, podemos traicionar a Jesús como Pedro y Judas. No es verdad
aquello de que “yo le soy fiel al Señor, a pesar de mis limitaciones”; cada uno
de nosotros conocemos nuestras dificultades y sabemos lo que hay dentro de
nuestro corazón. Tenemos dos opciones: o dejarme seducir por el pensamiento de
Judas autogenerándome la muerte, o convertirme, como Pedro, y ser fiel al Señor
hasta la muerte.
Queridos
hermanos, Pedro lloró amargamente su negación, y no llegó a comprender el reino
que Jesús quería hasta no verle resucitado. Hoy nosotros vamos como Pedro, no
comprendemos lo que el Señor quiere de nosotros, pero estoy seguro que un día,
Dios nos manifestará la gloria en la resurrección
y llegaremos a vislumbrar este paso por el camino de la cruz. Que nuestros pasos nos conduzcan a la resurrección
y no hacia la muerte definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario