viernes, 18 de marzo de 2016

V VIERNES DE CUARESMA (C)

Queridos hermanos,

En la primera lectura escuchamos una parte de la quinta confesión de Jeremías. En ella Jeremías  expresa la acusación que oye; la gente le acusa de sembrar el pavor con sus oráculos, pero los que en realidad la siembran son los profesionales de la palabra. Ya en el versículo 3 de este mismo capítulo, Jeremías dice al comisario del templo el nuevo nombre que el Señor le ha puesto: “El Señor ya no te llama Pasjur, sino Pavor-en-torno” (Jer 20, 3). Este nombre se le es conferido por Dios en razón de sus criminales actuaciones. Ante esta falsa acusación, Jeremías manifiesta su confianza en el Señor: “…el Señor es mi fuerte defensor…” (Jer 20, 11), y termina diciendo: “… ¡qué yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!” (Jer 20, 12).  

Estas palabras no expresan un frío deseo de venganza, sino la aplicación estricta del principio de la retribución que se practicaba según la Ley en el Antiguo Testamento. Es curioso escuchar como el mismo profeta declara su inocencia desde su relación íntima con Dios: “Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón…” (Jer 20, 12). Reconoce que Dios practica la justicia verdadera porque no se fija en las apariencias sino en el interior de la persona. El Señor sondea, explora lo que hay en las “entrañas y el corazón”. Estos dos términos -entrañas y corazón- que para nosotros son distintos, manifiestan un mismo sentido en la lengua hebrea. Es desde las entrañas y el corazón del Padre, de donde brotan su ternura y su misericordia.

En relación con la acusación hacia Jeremías, encontramos la acusación por parte de los judíos hacia Jesús: “No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn 10, 33). Es la acusación que hoy sigue arremetiendo contra tantos cristianos en el mundo, sobre todo, aquellos que sufren la persecución y le martirio en pleno siglo XXI.

El paso de Cristo por la cruz permite que seamos incorporados al Misterio intradivino de Dios. El paso de Cristo por la cruz, permite que nuestra vida entre en las “entrañas” de Dios, para nacer como nueva creatura, volviendo así al estado primero en el que habíamos sido creados, pero con una nueva condición, la de hijos en el Hijo. Este nuevo don –el de ser hijos de Dios- no puede entenderse de otra manera, sino desde la misericordia que brota de las entrañas y el corazón del Padre. Dios no quiere tapar nuestro pecado con su gracia -como expresaba Lutero-, sino que quiere purificar todo aquello que nos impide movernos en libertad. Por eso, dejarnos abrazar por su misericordia es pasar por sus “entrañas” para renacer a una vida nueva.

  Queridos hermanos, como bautizados hemos sido regenerados por el agua y el Espíritu, de forma que nuestras obras han de manifestar las obras de Cristo. Nuestra vida ha de ser manifestación de la vida de Cristo, para que así, terminemos diciendo como Jesús: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Jn 10, 37-38).  

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