domingo, 1 de noviembre de 2015

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.

Homilía
Queridos amigos, celebramos hoy la memoria de todos los fieles difuntos. Como cristianos creemos que la vida no se acaba con la muerte, sino que va más allá. El paso de Jesús por la muerte hace que esta quede transformada en un puente para que el hombre retorne a Dios. Creemos que somos peregrinos de este mundo y que nuestra patria definitiva es la Jerusalén celestial.  

Conocemos aquella canción que dice: “al atardecer de la vida me examinaran del amor”. Hoy hemos de recodar a nuestros hermanos difuntos, pero también hemos de tener presente que no estamos exentos de la muerte. Que cada día que caminamos por la vida es una día menos que vivimos. Por eso, la muerte no debe sorprendernos, sino que por el contrario, debemos estar con las lámparas encendidas a que venga el novio, pues no sabemos ni el día ni la hora. No se trata de angustiarnos a la hora de recordar la muerte, sino de reconocer que forma parte de nuestra existencia y que por tanto, esta vida hemos de vivirla al máximo. De disfrutar cada segundo de nuestra existencia, compartiendo con nuestros familiares y amigos, sin colocarnos al margen de sus problemas, sino haciéndolos nuestros.

Estar preparados no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios, amando a nuestros hermanos. No seremos juzgados por lo mucho que hemos trabajado, o por el dinero que hemos ganado, sino por el amor que hemos puesto en cada una de las cosas realizadas y ganadas. No seremos examinas por el número de títulos que a lo largo de nuestra vida hemos obtenido, sino por el bien que hemos sabido hacer a partir de esos conocimientos adquiridos.

Sin lugar a dudas, muchas personas acuden hoy a los cementerios a rezar por sus familiares y amigos difuntos, a limpiar las tumbas o nichos, a llevarles flores, a encender una luz en señal de que su vida permanece en nuestro recuerdo. Nos aceramos a rezar por aquellos que aún no han logrado contemplar el rostro de Dios porque se encuentran en estado de purificación, y pedimos a aquellos que ya gozan de esta visión beatifica de Dios que intercedan por nosotros que peregrinamos en esta tierra.

El sentido real de esta conmemoración no es otro que la afirmación de que un día resucitaremos para ser felices perpetuamente. Nuestra fe proclama que Cristo murió, pero que también resucitó al tercer día, que con su muerte venció a la muerte y con su resurrección nos dio vida. Por eso nuestra esperanza está puesta en el Señor, en un Dios que es Amor, y que quiere que todos nos salvemos.



Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud para celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe solo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna (elog. del Martirologio Romano).


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