jueves, 26 de noviembre de 2015

XXXIV VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía

Queridos amigos,
El Evangelio que acabamos de escuchar nos mueve a tener una mirada esperanzadora en medio de todo lo que estamos viviendo. Los signos que se nos muestran parecen señales que nos conducen a la destrucción de la humanidad.
Pero no es así, Dios quiere la salvación del hombre, y estos signos salvíficos pesan más que la mirada desalentadora de la destrucción. El mal sigue estando presente en medio de este mundo, es algo de lo que a diario nos informamos gracias a los medios de comunicación. Pero también es verdad, y es lo que no sale a luz, que el bien sigue creciendo en medio de tanta incertidumbre.
Ya el reino de Dios ha llegado a nosotros. Lo vemos en un Jesús que realiza curaciones, expulsa demonios… lo vemos en tantas bondades realizadas por la humanidad a lo largo de la historia, lo vemos en el progreso de los pueblos y en la lucha por construir un futuro mejor. El reino de Dios ha llegado todos nosotros, no es algo efímero, es real, está en la sonrisa de un niño, en la mirada ilusionada de un joven, en la confianza esperanzada de unos padres, en el abrazo tierno de unos abuelos.
El reino de Dios ya está entre nosotros, por eso no debemos tener miedo. Cada uno va contribuyendo a que ese reino crezca, desde la mirada afable y alentadora que podemos dar a una persona, como el abrazo tierno que puede dar a un hijo o a una madre, hasta la expresión más bella del amor como es la entrega a los demás.
Queridos amigos, no dejemos que nos roben la ilusión, mantengamos viva las palabras de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”, que María, nuestra madre, nos ayude a perseverar como ella, de forma que progresemos en la santidad que nos conduce al Padre.
Dan 7, 2-14. Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre.
Salmo: Dan 3, 75-81. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.
Lc 21, 29-33. Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.

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