viernes, 27 de noviembre de 2015

I DOMINGO DE ADVIENTO (C)

Homilía

Queridos amigos,
Comenzamos hoy un nuevo ciclo litúrgico. Un nuevo año cargado de mucha ilusión y con la mirada esperanza en que Jesús viene a nosotros para salvarnos. Lo iniciamos con el Adviento, tiempo de espera, de esperanza, tiempo en el que nos prepararemos para recibir a Jesús.
Las lecturas de los domingos sucesivos se centran en la venida de nuestro Salvador. Jesús, el que nació hace dos mil años en Belén, en un pesebre, pobre y sencillo, hoy busca posada en otro pesebre, también pobre y sencillo, nuestro corazón. Estos días nos deben ayudar a preparar la llegada de Jesús a nuestras vidas.
Él quiere que le abramos las puertas de nuestro corazón, y que desde nuestra pobreza lo ofrezcamos un corazón digno, dispuesto a acoger siempre a los hermanos. San Pablo, en la segunda lectura, pide a Dios que nos colme del amor, y que ese amor rebose en nosotros dándolo a los demás. No es casualidad, el que nace en Belén y quiere nacer en nosotros es la esencia pura del amor, su venida pretende transformar nuestra vida, tantas veces vacía de Dios.
Con el Adviento comenzamos un camino que debe llevarnos a su encuentro. Hoy encendemos una vela, la luz de esa vela busca encender la llama de la esperanza que a lo largo del año se ha ido opacando, pretende inflamar la luz del amor en nuestra vida y no dejar apagar nunca la fe que hemos recibido en nuestro bautismo.

El Adviento es venida, Dios que buscar acercarse a nosotros. Sería bueno que durante estos días, nos preguntemos si ese acercamiento es reciproco. ¿Quiero acercarme a Dios como Él lo desea? ¿Cuáles son los medios que coloco para acercarme con Él? Un buen signo para descubrir mi acercamiento a Dios es los hermanos. Experimentar la alegría y la tristeza del hermano es una buena señal. Somos seres creados a imagen y semejanza de Dios, somos seres acompañados y acompañantes, por tanto, muestro camino a Dios no se construye sólo. Acercarnos a Dios sólo se da gracias al acercamiento que tenemos con el prójimo.
Pidamos a Dios que nos ayude a descubrir su presencia. Que María, nuestra madre, nos conduzca por el camino que nos lleva hasta Belén.

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