Homilía
Queridos amigos, celebramos hoy la memoria de todos los
fieles difuntos. Como cristianos creemos que la vida no se acaba con la muerte,
sino que va más allá. El paso de Jesús por la muerte hace que esta quede
transformada en un puente para que el hombre retorne a Dios. Creemos que somos
peregrinos de este mundo y que nuestra patria definitiva es la Jerusalén
celestial.
Conocemos aquella canción que dice: “al atardecer de la vida me examinaran del amor”. Hoy hemos de
recodar a nuestros hermanos difuntos, pero también hemos de tener presente que
no estamos exentos de la muerte. Que cada día que caminamos por la vida es una
día menos que vivimos. Por eso, la muerte no debe sorprendernos, sino que por
el contrario, debemos estar con las lámparas encendidas a que venga el novio,
pues no sabemos ni el día ni la hora. No se trata de angustiarnos a la hora de
recordar la muerte, sino de reconocer que forma parte de nuestra existencia y
que por tanto, esta vida hemos de vivirla al máximo. De disfrutar cada segundo
de nuestra existencia, compartiendo con nuestros familiares y amigos, sin
colocarnos al margen de sus problemas, sino haciéndolos nuestros.
Estar preparados no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios,
amando a nuestros hermanos. No seremos juzgados por lo mucho que hemos
trabajado, o por el dinero que hemos ganado, sino por el amor que hemos puesto
en cada una de las cosas realizadas y ganadas. No seremos examinas por el número
de títulos que a lo largo de nuestra vida hemos obtenido, sino por el bien que
hemos sabido hacer a partir de esos conocimientos adquiridos.
Sin lugar a dudas, muchas personas acuden hoy a los
cementerios a rezar por sus familiares y amigos difuntos, a limpiar las tumbas
o nichos, a llevarles flores, a encender una luz en señal de que su vida
permanece en nuestro recuerdo. Nos aceramos a rezar por aquellos que aún no han
logrado contemplar el rostro de Dios porque se encuentran en estado de purificación,
y pedimos a aquellos que ya gozan de esta visión beatifica de Dios que intercedan
por nosotros que peregrinamos en esta tierra.
El sentido real de esta conmemoración no es otro que la
afirmación de que un día resucitaremos para ser felices perpetuamente. Nuestra fe
proclama que Cristo murió, pero que también resucitó al tercer día, que con su
muerte venció a la muerte y con su resurrección nos dio vida. Por eso nuestra
esperanza está puesta en el Señor, en un Dios que es Amor, y que quiere que
todos nos salvemos.
Conmemoración
de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud
para celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos
bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de
cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la
resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe
solo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha de pecado y asociados a
los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna
(elog. del Martirologio Romano).
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