Hay que reconocer que cuando
se trata de nosotros, podemos llegar hasta el extremo de traicionar nuestra
propia conciencia. La astucia por mantener un estatus social ha llevado a
muchas personas a “normalizar” en sus vidas una falsa personalidad.
Hay cosas que nos hacen
mucho daño. Una de ellas es la apariencia. Aparentamos lo que no somos llegando
a tener una doble vida. Por experiencia sabemos que quienes llevan una doble
vida, más temprano que tarde la verdad sale a la luz. Lo delicado de todo esto no
es lo que queda al descubierto, porque en definitiva, cada uno lleva su pesada
cruz de la mejor manera que Dios le da a entender, sino la influencia que esto tiene en su vida. El daño interior que puede
llegar a causar, si no se controla, repercute en lo externo creando
desequilibrios antropológicos.
Se trata de ser buenos
administradores, de ser normales. De aceptarnos tal y como somos. Se trata de
ser felices. El administrador que escuchamos en el Evangelio es cada uno de
nosotros. Dios nos ha pedido que seamos sus administradores. Que administremos
nuestra vida, que administremos los dones y carismas que hemos recibido de Dios
y los pongamos al servicio de los demás. Que sepamos aprovechar esa astucia
para anunciar el Evangelio y no para nuestro propio beneficio.
Hoy, en medio de
la realidad política que vivimos, necesitamos personas que sean fieles
administradores del reino. Que den testimonio con su vida de que se puede,
que mantengamos la ilusión en muchas personas que están perdiendo la esperanza
en la humanidad.
Queridos amigos, revisemos en este día nuestra
vida, nuestro corazón. ¿Soy fiel a la llamada que Dios me ha hecho? ¿Administro
rectamente sus asuntos? ¿Tengo la confianza plena en el Señor que me da la
felicidad, o por el contrario, la pongo en cosas que a la larga me hacen daño y
no me construyen como persona?
Rom 15, 14-21. Ministro de Cristo
Jesús para con los gentiles, para que la ofrenda de los gentiles agrade a Dios.
Sal 97. R. El Señor revela a
las naciones su victoria.
Lc 16, 1-8. Los hijos de este
mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
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