miércoles, 4 de noviembre de 2015

XXXI JUEVES DEL TIEMPO ORDINARIO


Homilía

Queridos amigos,

La pregunta de San Pablo nos interpela constantemente. ¿Por qué desprecias a tu hermano? No tiene sentido el que le juzgues. Esto es inconcebible en el corazón de los hombres. No hemos sido creados desde el odio, el egoísmo, la envidia. Sino que nuestra esencia es el amor. Ese amor que es Dios y que ha de reflejarse en nuestra vida.

Son muy acertadas aquellas palabras de Jesús cuando nos dice que vemos la mota en el ojo ajeno pero no la viga que llevamos en el nuestro.  Juzgamos al otro sin conocerle, sin saber lo que hay en su interior. Juzgamos por apariencias y no por lo que realmente lleva en su corazón. El Evangelio no dice que los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos.” Sería bueno que antes de hacer un juicio revisáramos nuestra vida. Igual estamos proyectando lo que realmente somos nosotros.

Reconocer nuestras debilidades humanas nos hace ser comprensivos. En nuestro corazón resplandece el amor de Dios, un amor que es misericordioso. Si reconocemos que somos frágiles, el amor que llevamos en nuestro interior se vuelca hacia la comprensión del hermano, porque sabe lo mucho que puede sufrir el otro.

Dios, Amor y Misericordia pura, es quien sale a nuestro encuentro. Nos busca porque conoce de qué estamos hechos y nos coloca en sus brazos para llevarnos de nuevo al redil. Él quiere sanar nuestras heridas, pero necesita que le abramos el corazón y le dejemos actuar. Su felicidad es que estemos bien, que disfrutemos de libertad y vivamos esa paz interior que sólo viene de Él.

Queridos amigos, nuestro corazón está hecho para el Amor. Como decía San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. No descansaremos hasta que nos veamos todos juntos en una misma mesa, compartiendo las alegrías con el Padre.

Que en este día, seamos capaces de comprender al otro, sobre todo, fijándonos en su corazón y no en las apariencias.

Rom 14, 7-12. En la vida y en la muerte somos del Señor.
Sal 26. R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Lc 15, 1-10. Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.


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