Queridos amigos,
Subir a Jerusalén es
emprender el camino de la gloria, es ir a buscar el título de rey. No un rey con corona, ni con atuendos
lujosos, no un rey con trono. Este rey nuestro camina a Jerusalén para buscar
la corona de la salvación, con su paso por la cruz se convertirá en el Rey
verdadero, aquel que es capaz de dar la vida por su pueblo, su traje es el amor
y la misericordia que siente por sus hermanos, su trono será la cruz.
Pero este rey nos pide algo
más, pide de nosotros que seamos capaces de multiplicar lo que hemos recibido
de Dios. Pide que multipliquemos cada talento, y que lo pongamos al servicio de
los demás. ¿Qué hemos recibido de Dios? Hemos recibido la vida, y la vida no es
para guardárnosla para nosotros mismos, la vida es para darla, para que la multipliquemos.
Jesús entrega su vida, quedársela no tiene ningún sentido. Quien no entrega la
vida la pierde, pero quien la da la gana para la vida eterna.
Hemos recibido de Dios el
amor, un amor que ha de ser transformado. Un amor que se multiplica en la
medida en que se da, un amor que te lleva a la plenitud cuando se convierte en
servicio.
Es lo que escuchamos en la
primera lectura, unos hijos capaces de entregar la vida, porque saben que el
premio es la resurrección. Una madre que confía en la palabra de Dios y que
está convencida que la vida no se gana escondiéndola, sino entregándola. Entregar
la vida es no entregarse a los decretos humanos, es estar convencidos de
cumplir la voluntad de Dios, teniendo presente que es lo que nos dará el premio
eterno.
Queridos amigos, este es el
sentido real de nuestra vida, Jesucristo transforma nuestra débil condición para
que seamos capaces de darnos por amor a los demás. Al que mucho se le da, mucho
se le exigirá. “Al que tiene se le dará,
pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. ¿Qué estoy haciendo con los dones recibidos de Dios? ¿Realmente los pongo al servicio de los demás? ¿Vivo el llamado que Dios me ha hecho con alegría? Estamos convocados a multiplicar todo lo que hemos recibido, que nada ni nadie nos impida cumplir el deseo que Dios quiere para nuestras vidas. Sólo cumpliendo la voluntad de Dios, seremos felices.
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