Homilía
Queridos
amigos, en la primera lectura que acabamos de escuchar, el Apóstol San Pablo,
nos habla de que cada miembro del Cuerpo de Cristo está al servicio de los
otros miembros. Es decir, cada uno de los cristianos que formamos la Iglesia de
Cristo, con nuestros dones y carismas debemos servir a los demás.
En el Evangelio
que hemos escuchado Jesús nos habla del banquete del Reino. En otras palabras,
Jesús nos invita a que reflexionemos sobre la invitación que Dios nos hace para
que estemos con Él. Muchos son los convidados al banquete del Reino, pero pocos
son los que aceptan la llamada de Dios. Parece que estamos más cómodos con las
cosas que hacemos, que lo mejor es seguir nuestra ruta de vida. ¿Por qué se da
esta actitud de no aceptación? Normalmente suele suceder cuando
sustituimos a Dios por aquellas cosas que me proporcionan un bienestar
temporal.
La sustitución
de Dios por aquello que creemos nos hace felices, no es algo ajeno a nuestra
realidad. El mundo en el que vivimos experimenta constantemente esta
situación. Jóvenes condenados por el alcohol y las drogas, personas
aferradas al sexo y al dinero; incluso, personas dependientes de otras. Dios
nos quiere libres, capaces de desprendernos de aquello que nos puede hacer daño
y que no nos deja seguirle.
Jesús termina
diciendo que aquél amo indignado, porque ninguno quiso venir, decidió mandar a
su criado a las plazas y las calles de la ciudad, a los caminos y senderos a
buscar todos los que se encontrara y los invitara al banquete. Y aun así, el
criado regresó a por más gente porque sobraba mucho sitio. Esto quiere decir,
que son pocos en definitiva los que libremente aceptan la llamada de Dios,
sobre todo aquellos que no tienen nada, aquellos que han logrado desprenderse
de lo que les impide ser felices.
Queridos
amigos, la invitación que Dios hace es para todos. Cada uno de nosotros hemos
de sentirnos convidados al banquete del reino. Acudimos a Dios con nuestras
heridas y pobrezas, sólo Él puede transformar nuestra pobre y débil condición
humana en fuerte y rica como la de su Hijo Jesús.
Que María
Santísima, no ayude a descubrir el camino que nos conduce al Padre, y nos de la
fuerza para ser perseverantes hasta el final. Que así sea.
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