lunes, 2 de noviembre de 2015

XXXI MARTES DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía

Queridos amigos, en la primera lectura que acabamos de escuchar, el Apóstol San Pablo, nos habla de que cada miembro del Cuerpo de Cristo está al servicio de los otros miembros. Es decir, cada uno de los cristianos que formamos la Iglesia de Cristo, con nuestros dones y carismas debemos servir a los demás.
En el Evangelio que hemos escuchado Jesús nos habla del banquete del Reino. En otras palabras, Jesús nos invita a que reflexionemos sobre la invitación que Dios nos hace para que estemos con Él. Muchos son los convidados al banquete del Reino, pero pocos son los que aceptan la llamada de Dios. Parece que estamos más cómodos con las cosas que hacemos, que lo mejor es seguir nuestra ruta de vida. ¿Por qué se da esta actitud  de no aceptación? Normalmente suele suceder cuando sustituimos a Dios por aquellas cosas que me proporcionan un bienestar temporal. 
La sustitución de Dios por aquello que creemos nos hace felices, no es algo ajeno a nuestra realidad. El mundo en el que vivimos experimenta constantemente esta situación. Jóvenes condenados por el alcohol y las drogas, personas aferradas al sexo y al dinero; incluso, personas dependientes de otras. Dios nos quiere libres, capaces de desprendernos de aquello que nos puede hacer daño y que no nos deja seguirle.
Jesús termina diciendo que aquél amo indignado, porque ninguno quiso venir, decidió mandar a su criado a las plazas y las calles de la ciudad, a los caminos y senderos a buscar todos los que se encontrara y los invitara al banquete. Y aun así, el criado regresó a por más gente porque sobraba mucho sitio. Esto quiere decir, que son pocos en definitiva los que libremente aceptan la llamada de Dios, sobre todo aquellos que no tienen nada, aquellos que han logrado desprenderse de lo que les impide ser felices. 
Queridos amigos, la invitación que Dios hace es para todos. Cada uno de nosotros hemos de sentirnos convidados al banquete del reino. Acudimos a Dios con nuestras heridas y pobrezas, sólo Él puede transformar nuestra pobre y débil condición humana en fuerte y rica como la de su Hijo Jesús.
Que María Santísima, no ayude a descubrir el camino que nos conduce al Padre, y nos de la fuerza para ser perseverantes hasta el final. Que así sea.


Rom 12, 5-16a. Cada miembro está al servicio de los otros miembros.
Sal 130. R. Guarda mi alma en la paz junto a ti, Señor.
Lc 14, 15-24. Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa.



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