“Pasa Jesús Nazareno”,
es la respuesta que consigue el ciego de Jericó. Jesús sigue pasando por
nuestra vida. Lo vemos en nuestros hermanos, en nuestra familia, los padres,
los hijos, los nietos, los vecinos. Jesús sigue pasando y quiere transformar
nuestra existencia. Tenemos dos opciones, dejarlo pasar y quedarnos sentados al
margen de la vida o gritarle que tenga compasión de nosotros.
¿Qué quieres que haga por ti? ¿Cuál es nuestro problema? ¿Qué es lo que el Señor debe
transformar en mi vida? Aquel hombre pide ser sanado de la ceguera en que se
encuentra. “Señor, que vea otra vez”.
Hace tiempo veía claro, pero ahora mi pecado me impide ver más allá, sólo veo
lo que me interesa, veo para mí. Necesito entrar en tu camino, levantarme del
borde del camino y seguirte, necesito ver la realidad del otro. Jesús no mira el pasado, no mira que hemos hecho mal para llegar a una vida sin sentido, lo que le importa a Jesús es nuestra conversión y el deseo de ser cada día mejores personas, eso es lo que mira. Ver otra vez, es volver a la vida que Dios quiere para nosotros. Ver, es recuperar nuevamente la condición de hijos, para ser capaces de seguir a nuestro hermano mayor, Jesucristo.
Aquel hombre pide a gritos ser
sanado. Gritamos, clamamos cuando ya nuestra vida está al borde del abismo,
clamamos desesperadamente cuando no encontramos solución a algo. Insistimos cuando
necesitamos el perdón de alguien. Necesitamos la experiencia de sentirnos
sanados, de levantarnos del pecado y entrar nuevamente en la vida, estamos bien
cuando nuestros problemas se solucionan, sentimos paz cuando experimentamos el perdón.
Esta es la experiencia del
hombre ciego. Y es la experiencia de todos nosotros. Quien vive esta
experiencia, descubre en su vida unos valores que estaban opacados, recobra el ánimo
perdido, vive más a gusto con las personas que están a nuestro alrededor y
nuestros compromisos se hacen con amor. Queridos amigos, se acerca un año precioso, el año de la Misericordia. Es un momento especial para volver la mirada a Dios, reconociendo nuestra debilidad y pidiendo perdón. Sólo Dios puede transformar los corazones destrozados, porque Él es rico en misericordia, conoce nuestras intenciones y sabe que estamos hechos.
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