Homilía
Queridos amigos,
¿Dónde está el Reino de Dios?
Queremos justicia y no la vemos, el hombre anhela la paz y no la encuentra, el
mundo está dividido por el odio, la envidia… Señor ¿cuánto tiempo pasará hasta
que instaures tu reino de paz entre nosotros?
“El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está
aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.” Esta
es las respuesta de Jesús a los fariseos ante la pregunta de la llegada del
reino de Dios. Los reyes de la tierra gobiernan con dureza, buscan implantar a
la fuerza sus ideales, amordazan a quienes piensan distinto, complacen a los
que les apoyan, disfrutan de majares esquicitos… Los fariseos seguramente
pensaban que así sería el Reino de Dios, un reino poderoso, capaz de destruir a
su enemigo y salir vencedor en cualquier batalla.
El Reino de Dios está entre
nosotros, nos dice Jesús. Ya ha llegado, es un reino distinto a los reinos de
la tierra. No busca las grandezas de la tierra sino las grandezas del cielo. Un
Reino de Sabiduría, esa sabiduría que sólo puede venir de lo alto. Un reino de espíritu
inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido,
invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme,
seguro, sereno, todopoderoso, todo vigilante, que penetra todos los espíritus
inteligentes, puros, sutilísimos.
Un reino de amor que va haciendo
el bien por el mundo, que parte de lo pequeño y no pretende cambiar las
estructuras desde lo grande. Sino que busca transformar los corazones. Este es
el reino de Dios, no se jacta de la opulencia, sino que su objetivo es la
transformación de la persona desde la libertad y el servicio.
El reino de Dios está entre
nosotros. Lo vemos en la bondad de tantas personas que se esfuerzan por salir
adelante, por criar de sus hijos, lo encontramos en aquellas que luchan por
construir una sociedad más justa, por infundir unos valores humanos capaces de transformar
el mundo. El Reino de Dios está en aquellos que se desgastan la vida como
misioneros, llevando el evangelio con su vida, está en aquellas personas
sencillas y humildes que no pretenden grandezas sino la felicidad autentica que
viene de Dios.
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