Homilía
Queridos hermanos,
El bello pasaje que
escuchamos en la primera lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Romanos nos muestra lo que Dios quiere para con nosotros. Lo importante del
hombre es vivir en el amor. Un amor que te purifica, que te hace más humano,
que te transforma. Un amor que te permite vivir en Dios.
Si vives la experiencia del
amor real en la vida afectiva este no te deja ser infiel. Si el amor es el
fundamento de tu vida, entonces comprendes que la vida es lo más valioso y que
no hay derecho para quitársela a nadie. Si vives en amor, no hay espacio en tu
corazón para la envidia, porque descubres que lo importante es querer al otro partiendo
de tu propia realidad.
Este bello sentimiento que
viene de Dios es algo que te hace sufrir con el que sufre, llorar con el que
llorar, reír con el que ríe, vivir con el que vive.
En el Evangelio Jesús nos
pide que le sigamos. Seguirle implica un desprendimiento
que nos hace tomar nuestra propia cruz. Una cruz llevada desde el amor. Este
camino que se emprende desde el amor te lleva a la entrega. Jesús terminará
entregando su vida por amor a nosotros. San Pablo nos recuerda el mandamiento
principal: “amar al prójimo, como a ti
mismo”.
Este amor que le llevó a
Jesús a entregar la vida por el otro,
fue lo que le permitió recuperarla resucitando al tercer día para la vida
eterna. Por tanto, seguir a Jesús no es otra cosa que darnos al otro, cargando
con nuestra propia cruz desde el amor hasta la muerte. Quien
vive de esta manera, descubre que la auténtica felicidad no consiste en tener o no tener, sino en vivir haciendo
lo que Dios quiere desde la libertad.
Queridos hermanos, que nada
nos estremezca tanto como el amor hacia los más débiles, hacia aquellos que no
tienen nada, hacia los que claman por la paz y la justicia. Que María Santísima,
la madre del Amor, nos ayude a tener un corazón sensible como el suyo para amar
a quienes lo necesitan. Que así sea.
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