Queridos amigos, hoy damos comienzo a un nuevo mes. En este
primer día del mes de noviembre celebramos la Solemnidad de todos los Santos. Esta
Solemnidad la celebramos con la mayor de las alegrías porque el primer Santo
que festejamos es nuestro Dios y Salvador, Santo entre los santos del cielo.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: "Todos los
fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana" (Cat 2028).
"Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada
uno por su propio camino, a la perfección de la santidad" (Cat 825). Por tanto,
no se trata de un llamado que está limitado a unos pocos, sino que desde el
momento de nuestro bautismo ya somos llamados a vivir este estado de vida. No se
trata de un privilegio de unos pocos, sino de un deber que todos tenemos, ya seamos, casados, solteros o consagrados.
Durante mucho tiempo se ha comparado la santidad con lo
aburrido, lo triste, lo solitario. Pensamos que los santos son personas que
están todo el día rezando, sin hablar con nadie, “sin cometer pecados”. Pues no, la santidad no es nada de esto, esto todo lo contrario. Una persona que busca la
santidad es aquella que tiene una relación estrecha con Dios y con sus
hermanos.
En otras palabras, quienes buscamos la santidad establecemos
una espiritualidad que entra en dialogo con Dios y con el prójimo. Este dialogo
ha de estar caracterizado principalmente por el Amor. Ese amor que solo viene
de Dios, un amor que nos permite hacer las cosas con un corazón justo, prudente, moderado y fuerte. Este
corazón marcado por estas cuatro características no es egoísta, sino que es
vulnerable, dócil, comprensible ante el sufrimiento de los demás.
Quién comprende esta forma de santidad y la vive es feliz. La
felicidad no te hace ajeno a las necesidades del otro, la felicidad no te
coloca al margen de la problemática del mundo, sino que por el contrario te
implica. No hemos sido creados para vivir en soledad, sino para crear una
familia, un grupo, una sociedad, un mundo... hemos sido creados para ser iglesia,
para ser templos vivos de Dios. En definitiva, hemos sido creamos para ser
felices.
Es lo que escuchamos en el evangelio de hoy, bienaventurados,
es decir, felices, felices los pobres de espíritu,
los que tienen hambre y sed de la justicia divina, los que trabajan por la paz,
los mansos, los perseguidos por causa de la justicia porque vuestra recompensa será
grande en el cielo.
Queridos amigos, que descubramos en este día este precioso
llamado a la santidad y que lo aprendamos a vivir apasionadamente, como lo han
hecho aquellos que ya gozan de la visión beatifica de Dios.
Solemnidad
de Todos los Santos, que están con Cristo en la gloria. En el gozo único de
esta festividad, la Iglesia Santa, todavía peregrina en la tierra, celebra la
memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos, recibiendo así el estímulo
de su ejemplo, la dicha de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la
visión eterna de la divina Majestad (elog. del Martirologio Romano).
Ap 7, 2-4. 9-14. Apareció
en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación,
raza, pueblo y lengua.
Sal 23. R. Este es el
grupo que viene a tu presencia, Señor.
Mt 5, 1-12a. Estad
alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario